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Muertes selectivas que sacuden a la mafia en el Valle del Aburrá

En el conteo de internos del patio A, en la cárcel El Pedregal de Medellín, faltaba uno. Los guardianes alarmados por la ausencia revisaron celda por celda, hasta encontrar a un preso en uno de los catres, acostado boca abajo. “Oiga, levántese”, le dijeron, pero no respondió. Al voltearlo, notaron que no respiraba. “¡‘El Chivo’ está muerto!”, fue el rumor que se esparció por los pabellones, aquella mañana del pasado 16 de diciembre.

Se llamaba Jader Obeimar Fernández Tobón y hacía poco lo habían trasladado desde la penitenciaría de Puerto Triunfo, adonde había caído por hurto calificado y agravado. El cadáver no tenía señales de violencia y el caso lo registraron como “muerte por establecer”. La primera hipótesis fue que, presuntamente, falleció intoxicado por el consumo desaforado de chamber, un licor artesanal que fabrican los reos para embriagarse y hacer su pena más llevadera.

El Inpec no ha respondido a la Fiscalía sobre el hecho, pero esa teoría, impulsada por otros internos, despertó dudas en los investigadores que conocían a “el Chivo”, pues él mismo les había dicho que tenía cáncer y por la medicación no podía beber licor.

La causa de su partida podría ser más siniestra, ya que Fernández, en cuyo prontuario figuraban investigaciones por sicariato y la administración de una plaza de vicio en Bello, estaba amenazado por la organización criminal “el Mesa”, con la cual se había enemistado desde el asesinato a bala de su papá, el taxista John Jairo Fernández, en el barrio El Congolo (08/9/15).

“El Chivo” era el testigo clave de la Fiscalía en el proceso contra Jorge Vallejo Alarcón (“Vallejo”), uno de los socios más importantes de “el Mesa” y supuesto coordinador de alianzas entre bandas de Bello y Medellín, al servicio de la estructura mafiosa “la Oficina”.

“Vallejo” está detenido desde marzo del año pasado y en la penitenciaría de Itagüí espera su llamado a juicio por concierto para delinquir. Eso sí, en el estrado ya no estará “el Chivo” para acusarlo.

Sea una fatal coincidencia o no, este episodio se suma a una serie de muertes en la que hay sospechas de intervención del crimen organizado. Se trata de varios homicidios y atentados que, a la sombra de las estadísticas del último año, reflejarían que en el bajo mundo se avecinan cambios que podrían aumentar las lápidas en los camposantos del Valle de Aburrá.

Los dos bandos
Desde el 2000, cuando se creó bajo el comando del capo paramilitar Diego Murillo Bejarano (“don Berna”), “la Oficina” es la confederación más influyente en el bajo mundo del área metropolitana. Es la que rige sobre las demás bandas, pone las reglas del narcotráfico y las rentas ilegales, y coordina los negocios con los carteles extranjeros.

Sin embargo, cinco generaciones de la cúpula han pasado desde la extradición de Murillo (2008) y esa influencia sobre los combos mermó con cada cabecilla que se sentó en su trono. Según agentes de Inteligencia, “la Oficina” de hoy solo controla el 65% de las cerca de 350 facciones que actúan en el Valle de Aburrá; el 25% está asociado con el Clan del Golfo y el 10% restante es independiente.

“El control total de ‘la Oficina’ desapareció con ‘Berna’. La tendencia ahora es que las bandas más grandes de las comunas se independicen de ese poder”, opina Boris Castaño, analista del conflicto urbano.

En 2013 la organización se dividió en dos corrientes, cada una con un jefe de renombre en el feudo del hampa y una corte de cabecillas aliados que permiten administrar la ilegalidad en varios territorios.

De un lado está Juan Carlos Mesa Vallejo (“Tom”), quien hizo la carrera criminal al frente de “los Chatas”, en Bello; y del otro, José Muñoz Martínez (“Douglas”), que ascendió en esa jerarquía desde “la Terraza”, en Manrique.

Las autoridades denominan a los grupos liderados por el primero “Cuerpo Colegiado de la Oficina”; y a los del segundo, “Alianza de Estructuras Criminales”, aunque nadie en las calles les dice así.

La división entre “los de Tom” y “los de Douglas” comenzó como una guerra fría, con homicidios puntuales que no alteraban el orden público, pero desde 2017 se hizo evidente que había una pugna en las altas esferas de la mafia, cuando varias barriadas empezaron a arder por tiroteos desaforados entre los combos, al tiempo que la comunidad se horrorizaba por el hallazgo semanal de un cadáver descuartizado.

“Creemos que sigue existiendo una influencia de los cabecillas encarcelados en la violencia de Medellín”, señala el secretario de Seguridad, Andrés Tobón, y añade: “hay algunas estructuras que quieren tomarse el territorio de las otras para quedarse con sus rentas ilegales, y esos grupos no tienen la capacidad de sostener la pelea en el tiempo sin el apoyo de los cabecillas con poder regional”.

En el marco de ese parqués de los peces gordos, en el último año fueron asesinados 17 jefes y coordinadores de bandas en el área metropolitana, de acuerdo con las fuentes de Fiscalía y Policía (ver el listado). Eso, sin contar las decenas de integrantes de menor rango aniquilados, una situación que para algunos sirve de explicación en la incidencia de los homicidios en la ciudad porque “se están matando entre ellos”.

Según el Sistema de Información para la Seguridad y la Convivencia de la Alcaldía de Medellín, en 2018 hubo 358 muertes con móvil asociado al crimen organizado, y en lo corrido de 2019 van 50.

En algunos casos, son asesinatos sin daños colaterales, pero hay episodios en los que las balas les arrebatan la vida a ciudadanos ajenos al conflicto. Así sucedió en la más reciente masacre registrada en la metrópoli, el 27 de diciembre anterior en un bar del barrio Lorena.

El blanco de los sicarios era el comerciante John Fredy Acevedo Roldán, apodado “Camellete” y sospechoso de revender en centros comerciales los elementos hurtados por los combos. Murió en el ataque, al igual que otros tres hombres que departían en el local.

La gente de “Tom”

Luis Castaño Alzate (“Botija”) había regresado a la ciudad en 2016, luego de pagar seis años de prisión en EE.UU. por narcotráfico, como cabecilla financiero de “la Oficina”.

Supo que “Tom” era quien lideraba y comenzó a reunirse con él para reactivar los negocios de droga, según fuentes de la DEA. La confianza entre ambos era tal, que este último lo invitó a su cumpleaños en una cabaña de El Peñol, el 8 de diciembre de 2017.

A la madrugada siguiente, la Policía irrumpió en el lugar y arrestó a “Tom”. A “Botija” y a otros acompañantes los dejaron en libertad, porque no tenían orden de captura.

Un mes y medio después, Castaño conducía su camioneta por una loma de El Poblado, cuando fue acribillado por mercenarios (22/1/18). La Fiscalía investiga por esa muerte a Juan Carlos Castro (“Pichi Belén”), líder de la banda “San Bernardo” y mano derecha de “Tom”, lo que implicaría que los socios de “Botija” le perdieron el cariño.

“Tom”, a quien lo acecha la extradición, no solo ha perdido la confianza en algunos aliados, sino que tras las rejas se ha mermado su autoridad y poder territorial. Para empezar, dejó a cargo de sus asuntos en “la Oficina” a “Pichi Belén”, pero nadie obedeció a un hombre que consideraron “un aparecido” y cuya gerencia encargada duró apenas ocho meses, pues cayó al calabozo el pasado 19 de agosto.

En sus días de apogeo, todas las bandas de Bello estaban filadas con los propósitos de “Tom” y el índice de homicidios y enfrentamientos era muy bajo. En la actualidad, el municipio está en alerta por las alteraciones del orden público, debido a la disputa entre tres grupos: “Pachelly”, “el Mesa” y “Niquía Camacol”.

La confrontación ha producido nueve asesinatos desde el 10 de febrero, lo que obligó a la administración local a aumentar el pie de fuerza policial, autorizar patrullajes del Ejército y prohibir la circulación de motos con pasajeros. La crisis comenzó con un triple homicidio en Niquía, en el que pereció otro cabecilla: Mauricio Arias Guerrero (“Guerrero”), de “Pachelly”.

Desde su confinamiento, “Tom” ha enviado cartas afirmando que podría gestionar una pacificación de los combos del Valle de Aburrá, a cambio de que el Gobierno acceda a dialogar y promover sometimientos a la justicia de los integrantes y otorgar beneficios judiciales a sus líderes. Hasta ahora, nadie en la Casa de Nariño le ha prestado atención.

La línea de “Douglas”

“Douglas” está detenido desde 2009 y pese a ello logró mantenerse vigente en la última década, pues su liderato todavía se siente en “la Terraza” y en la línea de “la Oficina” que le corresponde. Uno de sus socios más importantes es Freyner Ramírez García (“Carlos Pesebre”), jefe de la banda “el Pesebre”, cuyos fortines están en las comunas de Robledo y San Javier.

Debido a esa unión, “los Terrapesebres”, como les llaman sus enemigos, abarcan múltiples barriadas a cada lado del río Medellín, en especial en el nororiente y centroccidente.

No obstante, al igual que sucede entre las huestes de “Tom”, el dominio de estos cabecillas se ha venido desmoronando con el pasar de sus días en prisión. En “la Terraza” se formó una disidencia por cuenta del pleito entre dos lugartenientes de “Douglas”: alias “Chicho” y “Tréllez”.

La pelea quedó servida el 22 de mayo de 2018, cuando los sicarios de la facción rebelde atentaron contra “Chicho” en un establecimiento del barrio Estadio, aunque sobrevivió con heridas en las piernas.

El ataque generó retaliaciones que dejaron 14 muertos y 8 heridos hasta enero de 2019, especialmente en Sabaneta y Envigado, donde actúa “Tréllez”.

Entre las víctimas estuvo Nelson Montoya Vásquez (“Cacay”), amigo de Félix Isaza Sánchez (“Beto”), otro jefe de “la Oficina” y de la banda “Trianón”, lo que agregó un nuevo contendor a la disputa.

Por el lado de “Carlos Pesebre”, varios de los combos que antes le obedecían, optaron por independizarse o irse para el bando contrario. Entre ellos, “los Pájaros”, “Córdoba”, “Curazao” y “Betania”, situación que produjo violentas represalias en Belén, Robledo y San Javier.

“Douglas” también intentó gestionar un acercamiento con el Gobierno para ofrecerse como gestor de paz y menguar su pena de 32 años por secuestro extorsivo y concierto para delinquir, pero fracasó.

El abogado Michel Pineda, quien desde su corporación Compromiso Colombia respaldó la iniciativa, afirma que “solo hubo negativas de parte del Gobierno. Hoy no se tiene una alternativa legal para concretar una solución negociada al conflicto en las ciudades”.

Sufren “los independientes”

Luis Jaramillo Jiménez (“Luis el Paraco”) es uno de los presuntos cabecillas de “La Viña”, una banda de Manrique con redes de narcotráfico en el exterior; se considera una organización independiente, que en 2012 se separó de “la Terraza” y formó una sociedad con “Tom”.

La Fuerza Pública nunca le ha hecho una operación estructural y, a pesar de que hay recompensas por sus capturas, los jefes, como “Luis el Paraco”, solían pasearse con tranquilidad por el vecindario. Así fue hasta el pasado 1 de diciembre, cuando un grupo motorizado lo sorprendió en una esquina y lo atacó a bala.

El hombre de 36 años sobrevivió con una herida en la pierna izquierda. Tras recuperarse, regresó a Manrique, donde el pasado 27 de febrero volvieron a recordarle que ya no le van a respetar su jerarquía y le propinaron otros cuatro balazos. No murió, pero esta vez tuvo que huir.

Las autoridades investigan si se trata de un ajuste de cuentas dentro de “la Viña” o una agresión externa. Este es uno de los 13 conflictos activos del presente año, que afectan a Medellín, Bello, Envigado y Sabaneta.

Para rematar, el Valle de Aburrá sigue siendo el escenario ocasional de vendettas paridas en otras regiones, con ejecuciones como la del 15 de marzo anterior en la Loma de los Balsos, contra el pasajero de un taxi. El objetivo fue Wilfrido Ortiz Coneo (“el Monito”), supuesto miembro del Clan Coneo, una estructura narcotraficante del Caribe enemistada con otras facciones de la costa Atlántica.

En esa categoría también está un asesinato del 15 de diciembre en el barrio Las Mercedes, donde murió acribillado en su silla de ruedas Orlando Urrea Gaviria (“Urrea”), exmiembro de “los Paisas”, un grupo delictivo de La Dorada, Caldas. El minusválido había salido amenazado de allá.

Por las corrientes que se están agitando en el Aburrá en los últimos meses, nadie en el bajo mundo ha podido dormir tranquilo. Ni siquiera “el Chivo”, que parecía estar seguro tras los barrotes de la prisión.

Fuente: El Colombiano