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A 30 años del asesinato del gobernador Antonio Roldán Betancur

Se dirigía a un consejo de seguridad matutino un martes después del puente festivo. Eran las siete de la mañana del 4 de julio de 1989 y en su maletín llevaba el discurso que iba a pronunciar ese día.

“El derecho a la vida es el derecho fundamental del hombre, pero la violencia irracional sigue mancillando cada día ese sagrado derecho. Razón tenía Héctor Abad Gómez cuando anotaba que no es matando guerrilleros, soldados, hombres de bien, como vamos a salvar a Colombia. Es matando la pobreza, la ignorancia y el fanatismo, como podemos mejorar el país”, decía la cuartilla que nunca se alcanzó a leer.

Nacido en Briceño (norte) en 1946, Antonio Roldán Betancur cursó su educación básica en el Liceo Antioqueño. Se graduó como médico y cirujano en la Universidad de Antioquia en 1971 y cumplió parte de su vida laboral en Urabá donde fue galeno, alcalde y concejal de Apartadó, dirigente deportivo y gerente de Corpourabá. Antes de ser gobernador se desempeñó como gerente de la FLA y jefe seccional de Salud. Esa mañana, apenas a 200 metros de su vivienda en el barrio Florida Nueva, en el carril de descenso de la calle Pichincha, después de la carrera 73, criminales del cartel de Medellín activaron a control remoto dinamita que estaba dentro de una camioneta Chevrolet Luv. La explosión despedazó la caravana oficial.

“Pero la violencia sigue haciendo estragos, creando sobresaltos, apagando el aliento vital de inocentes víctimas, ahuyentando el sueño de la paloma de la paz”, continuaba el discurso.

En declaraciones entregadas a la Fiscalía, en 1993, testigos protegidos señalaron que el atentado con carrobomba iba dirigido al coronel Valdemar Franklin Quintero, comandante de la Policía Antioquia, asesinado de forma posterior, el 18 de agosto de 1989, cerca al sitio donde se perpetró el primer ataque.

Frustrado quedó su proyecto político de llevar desarrollo sostenible a las subregiones, de aprovechar el potencial energético del departamento y de forjar en Urabá el polo económico de Antioquia. Su calidad humana y su sencillez le valieron su reconocimiento en la esfera pública. Por eso su asesinato generó una ola de repudio en la ciudad y el país.

En su funeral, que tuvo lugar en Campos de Paz, el presidente Virgilio Barco manifestó que el crimen era un acto de barbarie contra la vida y la institucionalidad. “Quienes lo conocimos, sabemos que él (Roldán) representaba las virtudes de los ciudadanos que queremos fomentar en nuestra patria. Un hombre honesto y trabajador, dedicado a cumplir con su deber, enamorado de su departamento”, dijo.

Fue despedido entre aplausos, pañuelos, banderas verdes y blancas, flores y pancartas en las que se reclamaba el derecho a la vida. “Su muerte no tiene explicación, estamos ante un hecho absurdo y sin sentido. No es posible entender por qué muere un hombre justo”, anotó en la homilía monseñor Eladio Acosta.

La magnitud de la explosión del carrobomba cobró la vida de cinco personas más: dos miembros del grupo de escoltas del gobernador Antonio Roldán Betancur, entre ellos Luis Eduardo Rivas Tobón y Luis Fernando Rivera Arango; el exconcejal Rodrigo Garcés Montoya; Jesús Alberto Moreno Saldarriaga, un joven estudiante que viajaba en un carro oficial, y Rigoberto Hernández, empleado del Tren Metropolitano.

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Beatriz Elena Buitrago, la heroína

Estaba vistiendo a su hijo para llevarlo a la guardería cuando escuchó los golpes presurosos en la puerta. Era su madre que acababa de escuchar en el noticiero radial Cómo Amaneció Medellín que había explotado un carro bomba al paso de la caravana del gobernador, a la altura de la canalización por el estadio.

“¡¿Cómo estará el Mono?!”, exclamó Beatriz Elena Buitrago, la esposa de Luis Eduardo Rivas Tobón, quien lideraba el grupo de guardaespaldas de Roldán Betancur. Llevó a su niño al jardín pero el mal presagio se apoderó de ella. Compañeros de su esposo la llevaron a la sede del F2 pero ninguno le daba razón del Mono.

Aturdida por la noticia, a Beatriz le entregaron el arma de dotación, la correa llena de hollín y la placa de policía. En el anfiteatro, finalmente, le devolvieron el reloj quebrado y al fin entendió que Rivas, que estaba haciendo un reemplazo de vacaciones en el escuadrón que escoltaba al gobernador, ya no necesitaba nada de eso.

Solo dos días después de enterrar a su esposo, Beatriz supo que tenía un mes de embarazo. No hubo tiempo de procesar la partida del Mono, dos niños de siete y cuatro años, y una niña que apenas venía en camino, la obligaron a echarse la vida de su familia al hombro.

Sus hijos pudieron salir adelante y terminar la universidad. Abogado, el mayor; ingeniero, el del medio; y psicóloga, la menor, que no alcanzó a conocer a su padre, la familia Rivas Buitrago es ejemplo de resiliencia.

“Fueron días muy difíciles, de mucho dolor. Me acuerdo y me pongo a llorar pero salimos adelante a pesar de que el Mono ya no está con nosotros”, dijo Beatriz.

Fuente: El Colombiano